UN MUNDO MEJOR
Lorenzo Servitje fue velado en su casa de la Ciudad de México, donde pronto se formó una fila de celebridades forradas de arreglos florales. El portón se abrió una sola vez para recibir al ex presidente de México acompañado de los ex secretarios de salud, economía y gobernación. De inmediato levantan monumentos hechos de lisonjas y condolencias que la tele puede replicar en forma de noticia nacional. Tanta reverencia oficial no es sorpresa, la familia Servitje es el cuerpo articulado dentro de la botarga de oso más reconocible en el país.
A Lorenzo el alboroto fúnebre le es indiferente, conserva su agudo sentido empresarial aun en la sala de espera que es el limbo. Le preocupa el último pitching existencial. No va a presentarse ante San Pedro solo con una carpeta de bienes bajo el brazo como argumento de entrada al cielo. Claro que creó Grupo Bimbo, industria emblema del neoliberalismo alimenticio que domina al mundo. Pero también era miembro y patrocinador del Opus Dei, creador del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, miembro de la Red Internacional de Emprendedores Católicos, fundador de la asociación eugenésica A Favor de lo Mejor. Con esas credenciales uno creería que su entrada triunfal al paraíso está
asegurada, su familia lo cree así. Pero Lorenzo es más listo, sabe que este portero no se impresiona por el dinero, después de todo se encuentran en el inmueble metafísico de mayor plusvalía, los mismísimos lotes celestiales.
Por si las dudas, Lorenzo ha ensayado una lista de acciones, mejor aún, de buenas acciones, evidencias irrefutables de su paso por la tierra. Al presentar su caso mencionará el gran trabajo de limpieza que ha tenido que hacer. En vida abogó por la reproducción selectiva de personas aptas que sin duda se debe reflejar en la población del cielo, ya sabe que ahí todas las necesidades están cubiertas. Pero tampoco es menester ver almas feas; también supo seleccionar qué tipo de televisión debían ver sus desventajados compatriotas; fue la indignación de su fino gusto la que logró evitar que tantos talkshows con sus conductores estridentes y temas vulgares salieran al aire.
Con humildad mencionará su boicot de anunciantes, por el que se cancelaron campañas de promoción de condones en la televisión privada y medios impresos. También logró que se los llamaran preservativos, para no obligar a nadie a dibujar pitos con la cabeza. Expulsó al escándalo de los museos poniendo a su hija como concejal. Dirá que no solo limpió la raza, la tele y la cultura, también intentó sanear las calles de marchas de homosexuales que nada aportan a las buenas costumbres de la verdadera sociedad. Contará a todos los angelitos que ayudó a
llegar al cielo, cuando frenó de tajo una campaña nacional a favor de los inocentes pero polutos niños con SIDA.
Si todo esto no impresiona, ha guardado lo mejor para el final, un acto de proselitismo y conversión católica tan sencillo como brillante. Contará que cada mañana, en cada fábrica los capataces hacen sonar la campana, los obreros se congregan alrededor de la primera mezcla de harina que es bendecida por un sacristán, la harina se combina con el resto a través de las máquinas convirtiendo toda rebanada de pan en una hostia. Todo mexicano toma en su sándwich la comunión. Alimentando un mundo mejor.
San Pedro saca su balanza parlante. De un lado pone una pluma y del otro los argumentos de Lorenzo. De inmediato da su sentencia: «El daño empieza cuando una parte de la población termina por creer que el pan blanco, por blanco, es mejor que el pan prieto y la idea se vuelve acción».
A BETTER WORLD
A wake was held for Lorenzo Servitje at his home in Mexico City, where a line of celebrities adorned with flower arrangements soon formed. The gate opened only once to receive the former president of Mexico, accompanied by the former secretaries of health, economy, and government. They immediately raised monuments made of flattery and condolences for the TV to replicate in the form of national news. So much official reverence is no surprise—the Servitje family is the body within the most recognizable bear mascot in the country.
Lorenzo is indifferent to the funeral commotion. He keeps his sharp business sense even in the waiting room that the limbo is. He worries about his ultimate, existential pitch. He is not going to appear before Saint Peter with only a portfolio of assets under his arm as an argument to enter heaven. Of course, he created Grupo Bimbo, the leading neoliberal food company that dominates the world. But he was also a sponsor of Opus Dei, a member of the International Network of Catholic Entrepreneurs, and a founder of the Mexican Institute of Christian Social Doctrine and the eugenic association A Favor de lo Mejor (In Favor of the Best). With those credentials one would believe that his triumphal entry into paradise is assured—his family believes so. But Lorenzo is smarter, he knows that this doorman is not impressed by money, after all he deals in the most valuable metaphysical property, the very same heavenly lots.
Just in case, Lorenzo has rehearsed a list of actions, better yet, of good deeds, irrefutable evidence of his time on earth. When presenting his case he will mention the great cleanup work he has had to do. In life, he advocated for the selective reproduction of suitable people, which must undoubtedly be reflected in the population of heaven, as he knows that all needs are covered there. Just as it isn’t necessary to see ugly souls, he also knew how to select what type of television his disadvantaged compatriots should watch; it was his fine taste and indignation that kept so many talk shows off the air with their raucous hosts and vulgar topics. He will humbly mention his boycott on advertisers, which canceled condom promotion campaigns on private television and in print media. He also managed to get them to be called preservativos, so nobody had to draw dicks in their heads. He kicked the scandal out of the museums by installing his daughter as councilor. He will say that he not only cleaned up race, television, and culture, he also tried to clean the streets of homosexual marches, which do not contribute at all to the good customs of true society. He will count all the little angels that he helped get to heaven when he stopped a national campaign in favor of innocent but polluted children with AIDS.
If all this does not impress Saint Peter, he has saved the best for last, an act of proselytizing and Catholic conversion as simple as it is brilliant. He will explain that every morning, in each factory, the foremen rings the bell, the workers congregate around the first mixture of flour, which is blessed by a sacristan, and the flour is combined with the rest through the machines, turning every slice of bread into a Host. Every Mexican takes communion in his sandwich. Feeding a better world.
Saint Peter brings out his talking scales. On one side he puts a feather and on the other Lorenzo’s arguments. He immediately gives his sentence: “The damage begins when a part of the population ends up believing that white bread, because it is white, is better than brown bread, and the idea becomes action.”