MUSEO
No confío en la imagen. Cuando era niño mi hermana y yo jugamos una mórbida competencia. Cada uno gritaba un padecimiento y luego interpretaba los síntomas imaginarios. Ella lleva la delantera con su papel de leprosa, pero repunté gritando: «¡Yo tengo SIDA!». La casa se estremeció de pánico con mi victoria. La viruela, el cáncer y la amnesia aún sonaban ficticios en nuestras vocecillas. Pero este último síndrome jamás. Asociación prohibida. Lección requerida.
Mi mamá se acerca con una revista en la mano. La primera pero improbable opción es que haga con ella un cucurucho y me lo deshaga en la cabeza. Hace lo contrario, la hojea apresurada y la extiende inerte sobre la mesa. Señala otro cadáver adentro. El rostro de la tragedia me mira de vuelta. Me dice: «Esta persona tiene SIDA». Chale, habría preferido el revistazo.
"En sus entrañas, el Palacio de las Bellas Artes guarda obras señeras de la creción pictórica mexicana. En que destacan las de los grandes pintores que tan alto prestigio han dado a las artes pláticas nacionales.Tales como los murales de Diego de Rivera. Los del genial Clemente Orozco, que muestran la brutalidad y barbarie de la luchas guerreras, en una plasticidad de fuerza y colorido. Los de David Alfaro Siqueiros que muestran sus concepciones personales sobre la figura de Cortéz o la del joven abuelo, el más puro de nuestros héroes indios, Cuahtémoc".
Años después se acerca la curadora con un catálogo en la mano que también es un antiguo Rolodex con sus contactos. Lo hojeo apresurado. Señalo un fantasma. El mismo rostro que antes me miraba desorbitado en una cama de hospital ahora sonríe en una inauguración. Otro cuerpo que en vida no conoció cura alguna ahora vuelto reliquia ha encontrado curaduría.
¡Qué envidiable poder! Detener el proceso de putrefacción en su momento más dulce para hacer mermelada. Presionar la cicatriz, pero que solo duela la memoria. Envidio esa agencia curadora porque a mí me duele la historia, pero también la carne, pero también la imagen. Porque para entrar al museo primero hay que pasar por el mausoleo. Edificios reflejos de extracciones calculadas. Bodegas templadas para obituarios y estatuas. No confío en los espejos.
MUSEUM
I don't trust images. When I was a child my sister and I used to play a morbid game. Each one shouted out a condition and then interpreted the imaginary symptoms. She was winning with her leper role, but I came back by yelling, "I have AIDS!" The house shook with panic at my victory. Smallpox, cancer, and amnesia still sounded fictitious in our little voices. But never this last syndrome. Forbidden association. Required lesson.
My mom approaches with a magazine in her hand. The first but unlikely possibility is that she will make a cone out of it and smash it over my head. She does the opposite, she hurriedly leafs through it and spreads it limply on the table. She points to a corpse inside it. The face of tragedy looks back at me. She says: "This person has AIDS." Dang, I would have preferred the magazine’s slap.
"In its bowels, the Palace of Fine Arts keeps notable works of the Mexican pictorial growth. Those of the great painters who have given such high prestige to the national visual arts, such as the murals of Diego de Rivera. Those of the brilliant Clemente Orozco, who showed the brutality and barbarity of the war struggles, in a plasticity of strength and color. Those of David Alfaro Siqueiros showing his personal conceptions of of Cortéz's figure or that of the young grandfather, the purest of our Indian heroes, Cuahtémoc"
Years later, the curator approaches with a catalog in her hand that is also an old Rolodex of her contacts. I leaf through it hastily. I point out a ghost. The same face that used to stare at me wildly is now smiling at an opening. Another body that knew no cure in life has found a curator, and in turn become a relic.
What an enviable power! To stop the rotting process at its sweetest to make jam. To press the scar, but only have the memory hurt. I envy that curatorial agency because the story hurts me, but also the flesh, but also the image. Because to enter the museum you first have to go through the mausoleum. Reflective buildings of calculated extractions. Warm cellars for obituaries and statues. I don't trust mirrors.