MENSAJES EMBOTELLADOS
Voy a la lanzar una botella de pastillas al mar y dejar que la suerte decida la razón. Si la botella se adentra al gran Golfo de México para perderse en el tránsito de basura y agranda la costra plástica (según los reportes ecologistas ya es casi un nuevo continente), entonces la razón fue científica. Teofrasto de la Isla de Lesbos lanzó la primera botella buscando probar que el océano alimentaba el Mediterráneo; yo voy a trazar corrientes marinas y demostrar que las aguas se mueven, a expensas de las tortugas que ahora tomarán retrovirales. Fauna PrEP.
Por el contrario, si la botella logra alejarse de la costa y toma impulso en la corriente del golfo para cruzar el océano Atlántico, finalmente llegaría a las costas del Mar del Norte. Entonces, el propósito de la botella siempre fue entregar un mensaje.
Monólogos de una reina en autoexilio
Carlota positiva, inspirada de momento durante el scroll de internet por noticias de otro imperio:
La tierra de Wisconsin en 2005. Un niño llamado Steve descubre una botella a orillas del White Lake. Dentro hay una nota escrita por otro niño en 1995. La nota decía: «Si encuentras esto, publícalo en las noticias» Increíblemente reconoce el nombre del autor. El remitente es un héroe local que durante la guerra fue enlistado y enviado a Irak. Su despedida y bienvenida fueron motivos de fiesta patriótica. El muchacho sobrevivió a la guerra, pero murió en un accidente de auto pocos meses después de su regreso. El mensaje en la botella, que había sido escrito en su infancia y permaneció perdido por décadas, fue entregado a la madre del joven veterano, no sin antes ser publicado en primera plana del periódico local según su instrucción.
Con la suerte del pequeño gringo y su amigo por correspondencia voy lanzar una botella a través del tiempo. Es europea así que no le causará mucha pena el trayecto trasatlántico para regresar a casa. Está sellada industrialmente por lo que su contenido deberá llegar intacto, garantizado. Puede esperar por siglos en la playa a su legítimo destinatario que también es inmortal. Mensaje encriptado para Timothy Ray Brown, el paciente de Berlín. Quien en vida también fue llamado a la guerra y regresó para morir.
Timothy nació en Seattle, Washington, en 1966. Fue criado en la zona por Sharon, madre soltera que trabajaba para el departamento del alguacil del condado. Timothy viajó por Europa cuando era joven y fue diagnosticado con VIH mientras estudiaba en Berlín. En 2006 le encontraron leucemia mieloide aguda y un año más tarde se sometió a un trasplante de células madre para tratar su segunda enfermedad. De entre todos los donantes compatibles, seleccionaron a un individuo con una variante rara de un receptor de superficie celular. Este rasgo genético concede resistencia a la infección por VIH al bloquear la unión del virus a la célula. El trasplante se repitió un año después tras una recaída. Durante los tres años posteriores al procedimiento inicial, y a pesar de haber suspendido la terapia antirretroviral, los investigadores no pudieron detectar el VIH en la sangre de Brown en ninguna biopsia.
El paciente de Berlín sufrió graves complicaciones del trasplante, enfermedad de injerto contra huésped y leucoencefalopatía, lo que llevó a los investigadores a concluir que el procedimiento no debería realizarse en otras personas con VIH. Incluso si se pudiera encontrar un número suficiente de donantes adecuados. En 2020, Brown reveló que la leucemia que provocó su histórica victoria había regresado y tenía una enfermedad terminal de la que moriría a los 54 años.
Todo lo que el paciente de Berlín tuvo que pasar reafirma su humanidad. Sin embargo, no sé qué me hubiera atrevido a preguntar de conocerlo. Me habría sentido abrumado de historia, envidia y tristeza a primera vista. Por eso me escudaría en la anacrónica práctica de la correspondencia con tácticas de espionaje. Sé qué él entenderá, porque también es joto y además creció durante la Guerra Fría. Sabe que cada paquete misterioso que llega a las manos de uno es un conducto a un misterio más grande. Sabe que cada comisura está llena de información que se puede rastrear. Sabe leer lenguajes silentes que dan seguridad para encuerarse o volverse a tapar. Es por eso que recogería el frasco encallado en primer lugar. Aún entre la arena reconocería su silueta antirretroviral. Lo llevaría a su casa póstuma. La etiqueta balbucea en español borrado por el agua, pero la farmacéutica es un idioma universal. Después de abrir mi botella de Atripla y vaciar las pastillas en la mesa, podrá leerlas como si fueran runas. Con un vistazo a las figuras entre los comprimidos rosas, entenderá que son confeti de celebración y pedradas de preguntas.
¿Qué se siente?
No tener la obligación de tomarlas, escuchar esa única vez la noticia, pensar que tal vez tus amigos podrían lograrlo también, sobrevivir una vez, sobrevivir dos veces, la soledad y la compañía, no ser algo que eras antes.
¿Se percibe?
La ausencia del virus, distinto el malestar de las células, el cambio en el tacto de los hombres, la calidad de vida, el sabor del alcohol, los microgramos menos, los años prometidos.
¿Por qué?
Decidiste tomar el tratamiento como profilaxis preexposición, ¿Sientes miedo después de haberlo lograrlo, esperaste para ser Timothy otra vez, a ti y no a otro?
Te cuento que ahora también hay un paciente de Londres, un joven que al igual que tú se sometió a un tratamiento contra el cáncer. Ojalá que corra con más suerte. También hay una paciente de Buenos Aires, que al parecer se ha curado sin intervención médica. Esperemos que en vida otros podamos despertar del sueño. Que nos echen flores y no fuego.
Con cariño.
J.
Los frascos de pastillas son mensajes en código perfectamente preservados. Documentos fantasía de cualquier conservador, pues dan toda referencia de su proceder. Son misivas entre el paciente y el sistema. Dan cuenta de nuestra relación mejor que el archivo clínico, de los lapsos de romance en los que tomo mi medicina sin inconvenientes, pero también de los momentos de ruptura y cambio. Causan sudores y sueños nostálgicos como cartitas viejas de amor, aunque sean reacciones al tratamiento. Tal vez por eso almaceno las cajas con frascos vacíos debajo de la cama, junto con los tazos de Pokémon, los boletos de conciertos y los recortes de adolescente cachondo, porque son memoria doméstica mezclada con historiografía de la salud. Igualitas que los mensajes embotellados de filósofos lesbios y niños soldados, son correspondencia entre nosotros y la ciencia de la muerte. Llamados de auxilio de un bicho perdido en el mar.
No entiendo a quién se refiere el “otra”