Bajo la corteza
Como espectador siempre trato de establecer relaciones entre la sexualidad y las obras de arte: en su sentido más político y visual. “Uno no puede negar lo que trae consigo” dicen en las artes escénicas. Esto es tan cierto como aplicable a otros procesos creativos. La sexualidad, -¿del autor, del espectador, del espacio?-, es un elemento importante en la estimación de la pieza artística. Es un carácter político que todos poseen, que todos impregnan y que todos ejercen sin excepción. Solos o en “coalición”. Las culpas, por ahora, son un asunto aparte.
La desoladora inocencia de la agenda cultural en Tlaxcala, además de carecer de lívido, carece de necesaria controversia. Las exposiciones y eventos que encuentran su justificación en el género o en el cuerpo son escasas. La curaduría casi nunca rebasa la ocurrencia lingü.stica del título. Véase “Hoy, mujeres juntas, ni difuntas”. Si bien el circuito estatal no se interesa por estas cuestiones, una buena parte de artistas locales circulan tramos del laberinto que implica: la (auto)representación del cuerpo, la existencia del deseo y la búsqueda de la transparencia. A continuación dos casos.
Pornografías, el límite de la imagen. Marco Mazzocco
Cuando descubrí la obra de Marco quedé muy sorprendido por su habilidad. Su técnica es una especie de dibujo en gis muy propenso a la pérdida. Soportes reciclados de madera industrial o cartón para empacar. Su tratamiento figurativo es muy realista, de origen fotográfico y propósito plástico. Al examinar sus temas me parecía inconciliable ver sórdidos escenarios pornográficos y decorosas selfies con su novia. ¿Cómo una imagen tan transgresora/global compartía carpeta otra tan inocua/doméstica? La respuesta se presenta sencilla, la obra de Marco es un estudio del cuerpo, un estudio en el que una serie tangente devino en paneo de fetiches. Consumos que permanecen virtualmente bajo superficie.
Marco cuenta que la movilidad de las Pornografías es ambivalente. Para el lado público, la obra -platicada- suena fantástica. Parece pertinente. Ya en la casa de cultura, el encargado en turno se entusiasma. El encargado se deja seducir como quien se encuentra en la oscuridad de un antro y le ofrecen un desfogue irreverente. De día las cosas cambian. Con la obra entre las manos el encargado ahora se ofende. No puede traer a su novia a la inauguración. ¡¿Y el jefe?! Cómo van a estar los compañeros viendo pitos. ¿Y si me ven viéndolos? Tal vez si fueran puras chavas, ¿no? ¡Pero chavas de verdad!.
Ese es el choque, la obra de Marco no se encuentra inscrita en el código de la normatividad sexual aunque se nutre directamente del caudal industrial del porno. No erotiza
al consumidor promedio, ni evoca románticamente el acto de tener sexo. No se detiene en un sólo matiz y eso desata las embestidas de la doble moral: el machismo y las fobias.
En el ámbito privado, la obra recibe reconocimiento e invitaciones para ser exhibida. Sin embargo, la gratitud por la obra se centra en la técnica, no necesariamente en el tema. Los espacios que se ha procurado -digamos una Expo Tatuaje- atraen un público con menos prejuicios y más solvente, pero ajeno a la discusión cultural pública.
Las anécdotas dicen mucho. Pero hay que puntualizar: la importancia de la serie es su efecto de inflexión sobre el sistema de doble estándar que administra lo admisible. Pornografías expone directamente un almanaque de secretos públicos y síntomas del consumo: ¡que demanda verse completo!… Indirectamente revela un sistema artístico en el que existe libertad de ideas, no libertad creativa.
La corteza de Venus. Carol Espíndola.
El año pasado Carol se convirtió en la primera tlaxcalteca en ser admitida en el competido Seminario de Fotografía Contemporánea del Centro de la Imagen. Siempre que podía la interrogaba al respecto, pero no me enseñaba nada. Meses después dimos una conferencia juntos e inevitablemente vi el resultado del proyecto en su ponencia. No sé qué pensaba de ella antes pero desde ese día no concibo a Carol como alguien etiquetable.
La corteza de Venus implica una seria incisión en el autoestima y una búsqueda de la identidad como persona. No sólo como una condición finita de rol de mujer. El proyecto tiene un origen algo neurótico. “Con los 30 años me encontré en una posición incómoda, a cierta edad hay que estabilizarse, hay que tener cierto reconocimiento, hay que vivir de esto o mejordejarlo.” Sin enunciados claros -pero con algo que resolver- “hubo acercamientos fotográficos a plantas domésticas, mascotas y niños pequeños”. Se imputaron los cimientos hacia una narrativa del poder. Se activaron los espacios fuelle entre el estudio y el paisaje que usaría después.
La aproximación a la niñez como proceso saltó como una pista acerca de su propia condición de carne y mente en transición. Al retratar a los más jóvenes de su familia, se
establece un paralelismo innegable entre la pubertad -de ellos- y la madurez -de ella- como un solo proceso agotable.
En la serie hay tres ejes reconocibles: el paisaje, el cuerpo y el acto de mirarse a sí misma. En el primero encontramos correspondencias con lo perecedero y con la intemperie. Incluso si nos encontramos con los límites de una habitación. En el segundo y tercero vemos despojo de estandartes. La consigna portada en forma de ropa desaparece: Carol ya no está vestida para ser mamá, maestra, parroquiana o candidata. Según sus propias palabras “uno no está desnudo nunca”. Lo que imposibilita ser siempre una misma persona y “yo quiero ser siempre la misma persona”. Cuando la ropa aparece en la escena parece anómala y siniestra, en una de las fotos vemos a Carol frente a una laguna y vestida -a la fuerza- con una pequeña blusa. El ejercicio es contundente: no se cabe en sí misma. Sin ropas Carol se conoce mejor y se va haciendo transparente.
-“Es como una Venus… pero fea”, dijeron unas señoras copetonas en Zona Maco."
-“Estúpidas”, me dije a la distancia.
Suplemento cultural ARTERIA | El Sol de Tlaxcala
14 de abril del 2015.
Como espectador siempre trato de establecer relaciones entre la sexualidad y las obras de arte: en su sentido más político y visual. “Uno no puede negar lo que trae consigo” dicen en las artes escénicas. Esto es tan cierto como aplicable a otros procesos creativos. La sexualidad, -¿del autor, del espectador, del espacio?-, es un elemento importante en la estimación de la pieza artística. Es un carácter político que todos poseen, que todos impregnan y que todos ejercen sin excepción. Solos o en “coalición”. Las culpas, por ahora, son un asunto aparte.
La desoladora inocencia de la agenda cultural en Tlaxcala, además de carecer de lívido, carece de necesaria controversia. Las exposiciones y eventos que encuentran su justificación en el género o en el cuerpo son escasas. La curaduría casi nunca rebasa la ocurrencia lingü.stica del título. Véase “Hoy, mujeres juntas, ni difuntas”. Si bien el circuito estatal no se interesa por estas cuestiones, una buena parte de artistas locales circulan tramos del laberinto que implica: la (auto)representación del cuerpo, la existencia del deseo y la búsqueda de la transparencia. A continuación dos casos.
Pornografías, el límite de la imagen. Marco Mazzocco
Cuando descubrí la obra de Marco quedé muy sorprendido por su habilidad. Su técnica es una especie de dibujo en gis muy propenso a la pérdida. Soportes reciclados de madera industrial o cartón para empacar. Su tratamiento figurativo es muy realista, de origen fotográfico y propósito plástico. Al examinar sus temas me parecía inconciliable ver sórdidos escenarios pornográficos y decorosas selfies con su novia. ¿Cómo una imagen tan transgresora/global compartía carpeta otra tan inocua/doméstica? La respuesta se presenta sencilla, la obra de Marco es un estudio del cuerpo, un estudio en el que una serie tangente devino en paneo de fetiches. Consumos que permanecen virtualmente bajo superficie.
Marco cuenta que la movilidad de las Pornografías es ambivalente. Para el lado público, la obra -platicada- suena fantástica. Parece pertinente. Ya en la casa de cultura, el encargado en turno se entusiasma. El encargado se deja seducir como quien se encuentra en la oscuridad de un antro y le ofrecen un desfogue irreverente. De día las cosas cambian. Con la obra entre las manos el encargado ahora se ofende. No puede traer a su novia a la inauguración. ¡¿Y el jefe?! Cómo van a estar los compañeros viendo pitos. ¿Y si me ven viéndolos? Tal vez si fueran puras chavas, ¿no? ¡Pero chavas de verdad!.
Ese es el choque, la obra de Marco no se encuentra inscrita en el código de la normatividad sexual aunque se nutre directamente del caudal industrial del porno. No erotiza
al consumidor promedio, ni evoca románticamente el acto de tener sexo. No se detiene en un sólo matiz y eso desata las embestidas de la doble moral: el machismo y las fobias.
En el ámbito privado, la obra recibe reconocimiento e invitaciones para ser exhibida. Sin embargo, la gratitud por la obra se centra en la técnica, no necesariamente en el tema. Los espacios que se ha procurado -digamos una Expo Tatuaje- atraen un público con menos prejuicios y más solvente, pero ajeno a la discusión cultural pública.
Las anécdotas dicen mucho. Pero hay que puntualizar: la importancia de la serie es su efecto de inflexión sobre el sistema de doble estándar que administra lo admisible. Pornografías expone directamente un almanaque de secretos públicos y síntomas del consumo: ¡que demanda verse completo!… Indirectamente revela un sistema artístico en el que existe libertad de ideas, no libertad creativa.
La corteza de Venus. Carol Espíndola.
El año pasado Carol se convirtió en la primera tlaxcalteca en ser admitida en el competido Seminario de Fotografía Contemporánea del Centro de la Imagen. Siempre que podía la interrogaba al respecto, pero no me enseñaba nada. Meses después dimos una conferencia juntos e inevitablemente vi el resultado del proyecto en su ponencia. No sé qué pensaba de ella antes pero desde ese día no concibo a Carol como alguien etiquetable.
La corteza de Venus implica una seria incisión en el autoestima y una búsqueda de la identidad como persona. No sólo como una condición finita de rol de mujer. El proyecto tiene un origen algo neurótico. “Con los 30 años me encontré en una posición incómoda, a cierta edad hay que estabilizarse, hay que tener cierto reconocimiento, hay que vivir de esto o mejordejarlo.” Sin enunciados claros -pero con algo que resolver- “hubo acercamientos fotográficos a plantas domésticas, mascotas y niños pequeños”. Se imputaron los cimientos hacia una narrativa del poder. Se activaron los espacios fuelle entre el estudio y el paisaje que usaría después.
La aproximación a la niñez como proceso saltó como una pista acerca de su propia condición de carne y mente en transición. Al retratar a los más jóvenes de su familia, se
establece un paralelismo innegable entre la pubertad -de ellos- y la madurez -de ella- como un solo proceso agotable.
En la serie hay tres ejes reconocibles: el paisaje, el cuerpo y el acto de mirarse a sí misma. En el primero encontramos correspondencias con lo perecedero y con la intemperie. Incluso si nos encontramos con los límites de una habitación. En el segundo y tercero vemos despojo de estandartes. La consigna portada en forma de ropa desaparece: Carol ya no está vestida para ser mamá, maestra, parroquiana o candidata. Según sus propias palabras “uno no está desnudo nunca”. Lo que imposibilita ser siempre una misma persona y “yo quiero ser siempre la misma persona”. Cuando la ropa aparece en la escena parece anómala y siniestra, en una de las fotos vemos a Carol frente a una laguna y vestida -a la fuerza- con una pequeña blusa. El ejercicio es contundente: no se cabe en sí misma. Sin ropas Carol se conoce mejor y se va haciendo transparente.
-“Es como una Venus… pero fea”, dijeron unas señoras copetonas en Zona Maco."
-“Estúpidas”, me dije a la distancia.
Suplemento cultural ARTERIA | El Sol de Tlaxcala
14 de abril del 2015.